“En nombre del coronavirus. De la urgencia a la emergencia del sistema de cuidados”. Clarisa Ramos Feijóo

Por definición sabemos que una urgencia implica situaciones que requieren atención inmediata, y una emergencia es una situación crítica donde la vida de las personas corre un riesgo evidente. Dicho esto, podríamos afirmar que la atención de los cuidados en España lleva tiempo constituyendo una situación de urgencia y a partir de la irrupción del coronavirus se ha transformado en una auténtica emergencia que ha puesto de manifiesto todas las falencias del sistema.

La magnitud de la pandemia y lo exponencial de la capacidad de contagio del virus ha desbordado todos los escenarios posibles. Como una de sus consecuencias se ha hecho evidente la crisis de cuidados de larga duración. Las necesidades de los cuidados no se estaban asumiendo con la urgencia que requerían y ahora se manifiestan como emergencia, evidenciando una situación crítica donde la vida de las personas corre un riesgo evidente. Esto se ve en el colapso de residencias que se encuentran desbordadas y también en el servicio de ayuda a domicilio que aparece desdibujado en las noticias de los medios de comunicación donde las personas que se ocupan de la atención domiciliaria no parecen ser reconocidas. El largo proceso de recortes en servicios sociales y sanitarios que venimos sufriendo desde la crisis financiera de 2008, así como las políticas privatizadoras que con diversas intensidades se han vivido en casi todo el territorio español, han hecho mella en los sistemas de protección social.

 

“Las necesidades de los cuidados no se estaban asumiendo con la urgencia que requerían y ahora se manifiestan como emergencia”

 

En este escenario la comunidad aparece ahora como referente para las respuestas solidarias, vecinos que se ofrecen a hacer las compras a personas mayores, jóvenes que escriben cartas a personas que están solas en los hospitales, mujeres que se unen para coser mascarillas, empresas que cambian su producción a la confección de EPIs. Toda una auténtica red, una malla de protección ciudadana que responde ante la situación emergente. La comunidad representa como planteara el sociólogo Bauman, un refugio en un mundo convulso y desconcertante. La respuesta solidaria aparece como una estructura íntima de la comunidad que solo se hace visible en las situaciones de crisis, pero que es difícilmente aprovechada en lo que ahora podríamos llamar como “tiempos de paz”.

Las mismas personas mayores que hoy están siendo vistas a la vez como victimas y vehículos de difusión de la pandemia, son las que han servido de escudo protector al tejido social español durante la reciente crisis económica. Cuando se suspenden las clases como primera medida para frenar el contagio, los medios de comunicación destacan: ¿quién cuidará a los niños si los abuelos no pueden hacerlo por ser colectivo vulnerable para el coronavirus? porque en la llamada economía del cuidado como afirma Mariángeles Durán, deben distinguirse tres grupos de consumidores; niños, adultos sanos y ancianos y dos tipos de consumo: el que se produce desde las familias (directo) y el de los prestadores de servicios, las administraciones y el sector voluntario. Cuando hablamos de cuidados, hablamos de reproducción social, pero es que sin ella, es imposible el trabajo productivo. Si no hay cuidados, y si no hay cuidados de calidad, la sociedad está llamada a colapsar.

“La comunidad aparece ahora como referente para las respuestas solidarias”

En este escenario aquellos que con sus pensiones, propiedades y cuidados cobijaron a los hijos que habían perdido el empleo y solventaron otras tantas crisis económicas y sociales, son quienes se ven hoy como claros perdedores en la batalla contra el coronavirus que los declara prescindibles en los triajes de emergencia y que paradójicamente, se transforma en una bofetada en forma de pandemia a la que en muchos casos se minimizó “porque se trataba de un virus que solo afectaría a las personas mayores y a quienes tuvieran patologías asociadas” una apreciación claramente discriminatoria.

En nombre del coronavirus vemos hoy, que toda la estructura social y económica de nuestro mundo globalizado se pone en cuestión desde sus propios pilares. Cabe plantearnos entonces si de esta crisis saldremos realmente transformados. Cabe plantearnos si de una vez podremos tomarnos la necesidad de un cambio de modelo de intervención que responda a una atención integral y centrada en la persona, donde la comunidad no sea como un romántico Guadiana que aparece de forma reactiva ante una emergencia, sino que se transforme en una estructura capaz de cambiar el contrato de género que condiciona y determina el mandato de los cuidados a las mujeres, a un nuevo contrato donde la comunidad asuma la necesidad de distribuir los cuidados.

(Texto de Clarisa Ramos Feijóo, patrona de la Fundación Pilares para la autonomía personal)

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