“El valor de los cuidados y de los servicios sociales” Pilar Rodríguez Rodríguez

La responsabilidad de los cuidados de larga duración se comparte entre los sistemas de salud y los de servicios sociales. A estos últimos se les adjudicó especialmente a partir de la aplicación en 2007 de la Ley de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en situación de dependencia, que estableció un conjunto de prestaciones desde los centros y servicios de las CC.AA. Es decir, quienes tienen una situación de dependencia, que cursa la mayoría de las veces con enfermedades y trastornos de carácter crónico, tienen derecho a su atención y seguimiento desde los servicios de salud pero, en la misma medida, a que se les presten cuidados y apoyos desde los servicios sociales.

Sin duda, es asignatura pendiente de inexcusable abordaje mejorar el sistema de autonomía y dependencia, revertir los recortes de 2012 e incrementar su financiación, garantizándola a lo largo del tiempo para evitar listas de espera y alcanzar la proporcionalidad exigida legalmente entre las aportaciones de las CCAA y las de la Administración General del Estado. Pero es igual y radicalmente preciso que se avance en un cambio de modelo. ¿En qué consiste este?

Otras necesidades a cubrir

Implica que en la atención profesional y en el diseño de recursos se propicie una mirada diferente a las personas y se pase de ver solo enfermedades y déficits a verlas en su integralidad como personas singulares que conservan fortalezas y capacidades, que son valiosas y merecen buen trato y seguir adelante con su proyecto de vida, aunque necesiten apoyos para lograrlo. Porque, además de la adecuada atención a su salud y de los cuidados precisos en actividades de la vida diaria (levantarse, bañarse, comer, incontinencia), existen otras necesidades que se han de cubrir para que pueda sentirse que la vida tiene continuidad con la que se desarrollaba antes de la dependencia (ser escuchadas, relacionarse, salir a la calle, realizar actividades de su gusto, disfrutar).

Para ello hay que incorporar un proceso de acompañamiento profesional que cubra esas necesidades psicológicas, afectivas, emocionales y sociales que ayude a que las personas mantengan su identidad y autoestima y sientan que, con los apoyos precisos, pueden continuar controlando su vida y que esta sigue teniendo sentido. Este valioso trabajo profesional, que hay que reforzar más, se realiza desde los servicios sociales.

Cambio de modelo

El cambio de modelo ya se ha producido en muchos países de Europa y del mundo y también ha comenzado a desarrollarse en algunos territorios del nuestro, involucrándose las propias organizaciones de personas mayores, administraciones públicas, proveedores de servicios y muchos profesionales. Pasa por abandonar el viejo modelo asistencialista en el que son otros quienes deciden por las personas lo que a estas les conviene, aceptándose como inevitable que su vida cotidiana se realice de espaldas a sus preferencias, que no se considere ni importe la ruptura de su trayectoria vital ni se repare en la violación cotidiana de sus derechos (intimidad, autonomía, identidad, sexualidad…).

Desde el modelo de atención integral y centrada en la persona (AICP) se trabaja por ofrecer oportunidades que permitan a las personas continuar viviendo en la propia casa y en su comunidad y, cuando no es posible, optar por alojamientos hogareños y cálidos, huyendo de los grandes centros, tipo hospital.

Con respecto a las residencias existentes, se apuesta por ir reconvirtiéndolas y organizarlas por dentro tanto como sea posible en pequeñas unidades de convivencia (homelike), al tiempo de incrementar la formación de sus recursos humanos para que puedan desarrollar ese acompañamiento a las personas desde una relación de cuidados humanizadora basada en valores. Se trata de una transformación de gran calado que significa también un cambio cultural en el que todos nos sintamos concernidos, como se defiende desde movimientos como el americano Pioneer Network.

La gran fortaleza del modelo AICP es que se asienta sobre el enfoque de derechos humanos y los principios de la ética, concediendo gran relevancia a conceptos como los introducidos por Carol Gilligan en su Ética de los cuidados, que ponen el acento en el enorme valor para la sociedad de estos, pero partiendo del respeto a la heterogeneidad de las personas que los necesitan, lo que exige atender de manera personalizada y diversa a cada una de ellas.

Un cambio de mirada

Sin duda, apoyar la continuidad del cambio y revertir las carencias que se han destapado en esta pandemia requerirá un esfuerzo presupuestario. Necesitamos aquí también un cambio de mirada y, en lugar de considerarlo gasto, contemplarlo como la inversión necesaria que nos devolverá grandes beneficios en bienestar para las personas y muchos puestos de trabajo.

El «cuídate mucho» se ha convertido en nuestro saludo habitual. Ahora que experimentamos el valor superior de los cuidados, apostemos por alcanzar esa sociedad cuidadora que reconoce el hondo significado del trabajo de cuidar que se realiza especialmente desde nuestros servicios sociales.

(Artículo de Pilar Rodríguez Rodríguez, presidenta de la Fundación Pilares para la Autonomía Personal, exdirectora general del Imserso y exconsejera de Asuntos Sociales de Asturias, publicado en ABC el 20 de julio de 2020)

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