Ir al contenido
BlogA su edad, ¿Qué querrá?

A su edad, ¿Qué querrá?

(Una frase perversa)

José Manuel Ribera Casado – Catedrático Emérito de Geriatría de la UCM. Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina de España

IMG 3298 scaled

¿Quién no ha escuchado alguna vez esta expresión? A mí, muy recientemente, la frase me ha servido para titular un libro recopilatorio donde incluyo buena parte de mis reflexiones publicadas en diferentes medios durante los últimos quince años, después de producirse mi jubilación. Un libro que recoge y comenta algunos de los muchos problemas con los que se encuentran, a diario, las personas mayores. Qué esa frase –y algunas similares que comentaré en otra ocasión- se haya incorporado y naturalizado de manera inequívoca en el sentir popular de nuestra sociedad, pienso que pone de manifiesto un problema social de gran calado. 

Más allá de la anécdota, meditar sobre lo que traducen esas cinco palabras y de lo que se desprende de su contenido creo que constituye un buen ejercicio para profundizar en el campo amplísimo del “edadismo”. El término “edadismo” fue aceptado por la RAE en noviembre de 2022, y alude en su definición oficial al concepto de discriminación por edad. Eso –un intento objetivo de discriminar en función de la edad- y no otra cosa es lo que representa la interpretación evidente de la sentencia que aquí se comenta.

Cuando interpelamos a una persona de esa manera la estamos invitando al nihilismo, al abandono, a la resignación y a la entrega incondicional. Estamos diciendo que no hay nada que hacer, que lo suyo no tiene arreglo, que más le vale aguantarse y no dar la lata. Además, estamos responsabilizando de lo que le ocurre a los años que tiene la persona. Su edad es la culpable de lo que está pasando. Como dice el refrán “ajo y agua”. 

Se lanza a la cara de la víctima –de la persona mayor en este caso- una condena insalvable que nunca se va a escuchar si nos encontramos ante un adulto joven. Una condena expresada en términos muy crudos y para la que no cabe esperar ninguna salida posible. Evidentemente, todo ello, además de un ejercicio de discriminación, muestra una falta total de empatía hacia el interlocutor y supone una afirmación falsa, tras la cual se esconden aspectos como la ignorancia, el desprecio y/o la pereza mental por parte de quien emite la frase. Una sentencia contra la que la sociedad en su conjunto, los profesionales de la atención al mayor y los propios adultos de más edad a quienes va dirigida debemos sistemáticamente rebelarnos. 

Objetivamente, el envejecimiento se acompaña de pérdidas a todos los niveles que van convirtiendo a la persona, de manera progresiva, en un ser cada vez más vulnerable ante cualquier tipo de agresión. Al tiempo de asumir este hecho se impone conocer que estas pérdidas – estas limitaciones- aparecen de manera muy heterogénea, tanto si se contemplan desde una perspectiva interpersonal, como, incluso, cuando lo hacemos tomando como referencia los distintos componentes orgánicos de un mismo individuo. Se instauran con lentitud a lo largo de toda la vida. Se ven muy condicionadas por lo que se llama envejecimiento secundario, es decir, aquel que depende del tipo de vida que hemos llevado y de los factores de riesgo a los que hemos estado expuestos. Y, más importante, su cadencia de aparición muestra una gran variabilidad interpersonal, así como lo hace, igualmente, su grado de intensidad. 

En paralelo, las limitaciones que pueden ir surgiendo, traducidas en enfermedad o en cualquier otra perspectiva negativa dentro del ámbito de la salud o en lo referente a la incardinación social de la persona, suelen venir determinadas por una o más causas específicas que van más allá de la mera involución personal. Son causas que se pueden indagar y que se hace necesario conocer en cada caso. Evidentemente, causas contra las que se puede luchar desde una perspectiva terapéutica e incluso, casi siempre, también a nivel de prevención.

Todo ello conduce a “negar la mayor”. A quitar cualquier razón de ser a la frase que da origen a estas reflexiones. A mi edad, a cualquier edad, lo que quiero es ser escuchado y atendido. Qué se me ofrezcan la ayuda, el respeto y la colaboración precisas para entender el problema que me agobia y para encontrarle soluciones. En último término deseo que mi edad nunca sea un obstáculo para hacer real esa solidaridad intergeneracional que solicitaba el mensaje de Naciones Unidas del año 2012, con motivo de la celebración del Día Mundial del Envejecimiento de ese año. 

En definitiva, borremos para siempre de nuestro vocabulario esa expresión nefasta del “A su edad, ¿Qué querrá?”