Empezó esta triste historia en tierras muy lejanas, China. Pronto llegó a nosotros la enfermedad, resultando familiar el nombre de Coronavirus. Con su llegada nos llegó la desolación y la muerte. De inmediato, se nos obligó al confinamiento, otra palabra hasta ahora desconocida en su uso diario.
También aprendimos a saber lo que era el estado de alerta y lo que eso significaba: más días de confinamiento y para los mayores más días de soledad. Para mí ha sido lo peor; en mi rutina diaria he iniciado multitud de actividades y, por tanto, las horas pasan rápido, pero no así los sentimientos, que se instalan en nosotros de manera constante, sintiendo un dolor tremendo ante tanto sufrimiento y tanta muerte. Todo esto trajo consigo otra palabra, ya conocida, solidaridad.
Ahora nos queda pensar en otra más, igualmente desconocida por nosotros: desescalamiento, que, si lo hacemos, podremos lograr que todo mejore.
Finalmente pongamos la palabra esperanza en nuestras vidas (ya que el mundo vive de ella) y pensando en los demás, lograremos entre todos vencer la pandemia que nos asola y podamos alegrar nuestros corazones sin olvidar a los que nos dejaron y a los que siguen sufriendo.
De todas las palabras que menciono, me quedo fundamentalmente con dos: solidaridad y esperanza; ahora bien, agrego otra más: AMOR, mucho amor, después de la soledad y el sufrimiento. Los aplausos están bien, pero el reconocimiento al valor de todas las personas que dejan sus vidas en ayuda a los demás, es indiscutible. Podemos añadir una última palabra, agradecimiento.
(Relato de Chelo Muñiz para la I Convocatoria de Relatos en primera persona sobre el coronavirus en el ámbito de los cuidados de la Fundación Pilares.)